Antonio Armando era un niñito que apenas si sacaba unos palmos del suelo, pero ya tenía clara su vocación desde tan chiquillo : "Yo soy mensajero de los ángeles de allá arriba", decía, y señalaba al cielo.
Todos los días, desde bien temprano para no ser visto, agarraba su vieja bicicleta y se adentraba en la selva de su ciudad, repartiendo por los buzones algunos garabatos que ni él mismo solía entender.
"Seguí, seguí, que el túnel termina ya pronto".
"Y si entre todos le damos una patada a esa gastada burbuja gris?"
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